miércoles, 25 de marzo de 2009

Deseo compartir esta reflexión contigo

Solo el amor vence al miedo. Sólo el amor escencial que hay en cada uno logra superar los miedos.
Cuando hay amor en nosotros, no cabe el miedo. Sólo dos son los sentimientos que lideran nuestra vida, EL MIEDO Y EL AMOR. Si dejamos que uno lidere al otro, en consciencia, entonces tenemos poder sobre las situaciones que nos toquen vivir...siempre.
A continuación, te invito a que nutras tu corazón con esta reflexión, basada en el amor. Sol.
El ego...y tú

«El ego es literalmente un pensamiento atemorizante»

De pequeños nos enseñaron a ser niñas y niños «buenos», lo que, por cierto, implica que todavía no lo éramos.
Nos enseñaron que éramos buenos si limpiábamos nuestra habitación, o si sacábamos buenas notas. No nos enseñaron que éramos
«ESENCIALMENTE» buenos.
No nos proporcionaron una sensación de aprobación incondicional, un sentimiento de que éramos valiosos por lo que éramos, no por lo que hacíamos. Y no es que fuéramos educados por monstruos. Nos educaron personas a quienes habían educado de aquella misma manera. A veces, en realidad, quienes más nos amaban sentían que era su responsabilidad que estuviéramos bien preparados para la lucha.
¿Por qué? Porque el mundo es como es, duro, y ellos querían que nos fuera bien. Teníamos que volvernos tan locos como está el mundo, porque de otra manera jamás nos adaptaríamos a él.
La meta era el logro, el título, el ingreso en Harvard. Lo raro es que no hayamos aprendido que la disciplina, desde esa perspectiva, es un extraño y antinatural desplazamiento de nuestro sentimiento de poder, que lo aparta de nosotros para proyectarlo sobre fuentes externas.
Perdimos el sentimiento de nuestro propio poder. Y lo que aprendimos fue el miedo, el miedo de que, siendo tal como éramos, no valiéramos lo suficiente.
El miedo no favorece el aprendizaje. Nos vuelve tullidos, inválidos, neuróticos. Y cuando llegamos a la adolescencia, la mayoría de nosotros estábamos gravemente «tocados».
Nuestro amor, nuestro corazón, nuestro verdadero yo, fueron constantemente invalidados tanto por la gente que no nos quería como por la que nos amaba. Y por falta de amor empezamos, lenta pero inexorablemente, a hundirnos.
Hace años me dije a mí misma que no debía preocuparme por el diablo. Recuerdo haber pensado que no hay ninguna fuerza maligna al acecho por el planeta. «No existe más que en mi cabeza», me dije.
Después me di cuenta de que eso no era una buena noticia. Puesto que cada pensamiento crea experiencia, no hay peor lugar donde pudiera estar. Aunque es verdad que ahí afuera no hay ningún diablo a la caza de nuestra alma,
en la mente tenemos la tendencia -que puede poseer una fuerza asombrosa- a percibir sin amor.
Como desde niños nos han enseñado que somos seres separados y finitos, nos resulta muy difícil todo lo que tiene que ver con el amor.. Lo sentimos como un vacío que amenaza con abrumarnos, y en cierto sentido, es y hace precisamente eso.. Aplasta a nuestro pequeño yo, nuestro solitario sentimiento de separación, y como eso es lo que creemos que somos, sentimos que sin él nos moriríamos. Lo que moriría en ese caso sería la mente asustada, para que el amor que hay dentro de nosotros pudiera tener ocasión de respirar.
Se llama «ego» a la totalidad de nuestra red de percepciones atemorizantes, que brotan de aquella primera falsa creencia en nuestra separación de Dios y del resto de los seres humanos.
La palabra «ego», en general la utilizo en este libro de diferente manera de como se suele usar en la psicología moderna.
La utilizo como los antiguos griegos, como la idea de una identidad pequeña y separada
.
Es una falsa creencia sobre nosotros mismos, una mentira sobre quiénes y qué somos en realidad.
Por más que esa mentira sea nuestra neurosis, y que vivirla sea una angustia terrible, es sorprendente la resistencia que ofrecemos a sanar la escisión.
Cuando el pensamiento se separa del amor, da lugar a creaciones profundamente falsas. Es nuestro propio poder vuelto en contra de nosotros mismos.
En el momento en el que la mente se apartó por primera vez del amor -cuando el Hijo de Dios se olvidó de reír-, cobró existencia todo un mundo ilusorio. Un curso de milagros llama a ese momento el «desvío hacia el miedo» o la «separación de Dios».
El ego tiene una pseudovida propia y, como todas las formas de vida, lucha con uñas y dientes para sobrevivir. Por más incómoda, dolorosa o incluso a veces desesperada que pueda ser nuestra vida, es la vida que conocemos, y nos aferramos a lo viejo en vez de probar algo nuevo.
Estamos hartos de nosotros mismos, en un sentido u otro. Es increíble la tenacidad con que nos aferramos a cosas de las que pedimos ser liberados en nuestras oraciones.
El ego es como un virus informático que ataca al centro del sistema operativo.
Nos muestra un oscuro universo paralelo, un ámbito de dolor y de miedo que en realidad no existe, aunque ciertamente parece real. Antes de la caída, Lucifer era el ángel más bello del Cielo. El ego es nuestro amor a nosotros mismos convertido en odio a nosotros mismos.
El ego es como un campo de fuerza gravitacional, construido durante eternidades de pensamientos atemorizantes, cuya atracción nos aleja del amor que hay en nuestro corazón.
El ego es nuestro poder mental vuelto contra nosotros mismos
. Es astuto, como nosotros, y persuasivo, como nosotros, y manipulador, como nosotros.
Es un diablo de «lengua de plata». El ego no se los aproxima para decirnos: «Hola, soy tu asco de ti mismo». No es estúpido, porque nosotros tampoco lo somos. Más bien nos dice cosas como: «Hola, soy tu yo adulto, racional y maduro.
Te proporcionaré todo lo que necesites».
Y entonces empieza a aconsejarnos que nos cuidemos a nosotros mismos a expensas de los demás. Nos enseña a ser egoístas, codiciosos, críticos y mezquinos.
Pero recuerda que no somos más que uno: lo que damos a los demás, nos lo damos a nosotros mismos. Lo que les negamos, nos lo negamos a nosotros mismos.
En cualquier momento en que escogemos el miedo en lugar del amor, nos negamos la experiencia del Paraíso.
En la misma medida en que abandonemos al amor, sentiremos que el amor nos ha abandonado.

Marianne Williamson (*)
Posteado x Sol
Gentileza de Ram

(
*) Marianne Williamson escribió su A Return to Love cuando terminó de trabajar personalmente sobre A Course in Miracles. La espiritualidad de la Nueva Era coexiste y se correlaciona con el cambio de paradigma fundamental de cada individuo.

1 comentario:

Augusto Ramirez Real dijo...

Me permito discrepar delescrito en lo siguiente
«El ego es literalmente un pensamiento atemorizante»
-pienso que no siempre ya que amarnos a nosotros mismos primero es fundamental para darnos a los demas, debo poseer primero aquello que quiero dar (difefencia entre sano orgullo y vanagloria o egolatria)-

El miedo no favorece el aprendizaje. Nos vuelve tullidos, inválidos, neuróticos. Y cuando llegamos a la adolescencia, la mayoría de nosotros estábamos gravemente «tocados».

-cierto, mas por otro lado algo de miedo o temor nos hace mas astutos y precavidos, especialmente atempera nuestro impetu hacia lo peligroso o lo que no conocemos, solo creo que por ignorancia nuestros padres o maestros utilizaban el temor como herramienta pedagogica)-

Es astuto, como nosotros, y persuasivo, como nosotros, y manipulador, como nosotros.
Es un diablo de «lengua de plata». El ego no se los aproxima para decirnos: «Hola, soy tu asco de ti mismo». No es estúpido, porque nosotros tampoco lo somos. Más bien nos dice cosas como: «Hola, soy tu yo adulto, racional y maduro.

-creo que aqui biene bien la siguiente expresion para levantar a nuestro querido paraguay> debemos TODOS ser cada dia astutos como la serpiente, mansos como la paloma, yyyy trabajadores como el burro-